Tuve bastante suerte para ser mi primer
destino en la travesía judicial. El clima laboral era maravilloso, los
empleados juntaban una linda vaquita mensual para bancarme los gastos y
me trataban como un igual, más allá del tortuoso derecho de piso abonado
religiosamente a fuerza de jodas tales como ir a buscar los sobres
redondos para enviar circulares, o de ir a tomar lista a la Alcaidía con
el listado del plantel de Huracán campeón del Metro de 1973.
Por aquellos años, los que llegábamos a
fuerza de remarla, puteábamos a la familia judicial que arrojaba
paracaidistas hijos de camaristas, burros como pocos, vagos como casi
todos, pero que obtenían el cargo al toque. No se puteaba a la
corporación judicial, ni se nos cruzaba por la cabeza. Quizás se deba al
hecho de sentir pertenencia a la institución, de ponerse la camiseta a
pesar de todo, de resolver los problemas dentro de casa y no afuera.
A lo largo de mis años judicialísimos me
he divertido como nadie, me cagué de risa de broma en broma -era la
única forma de poder sobrellevar una madrugada de sábado en el Juzgado
por culpa del turno- y he pertenecido a esa curiosa casta que puede
salir de joda después del trabajo y reincorporarse al día siguiente sin
dormir, sello histórico de los judiciales proveniente de una época de
salarios altísimos y horarios mucho más piolas que el asesinato de
entrar a las 7,30 de la matina. Y también he visto demasiada miseria
humana, de esas cuyos detalles nunca saldrán en los diarios.
De todos los jefes que he tenido, el Juez
de mi primer juzgado fue uno de los que más me enseñó. Era un tipo
raro, de esos que son los primeros en llegar y los últimos en irse.
Quien haya pisado alguna vez un juzgado, sabe bien que es extraño que al
juez se le vea la cara. El mío venía a dar una mano a la Mesa de
Entradas cuando colapsaba. De él aprendí que los códigos laborales valen
tanto como la capacidad de laburo, que no hace falta saberse los
números de los artículos de memoria -para eso están las leyes impresas- y
que puede haber mucho pedante memorioso pero incapaz de resolver lo que
corresponde; así como también aprendí que coser los expedientes es casi
una obra de arte, que cebar mate no es para cualquiera, que las leyes
se deben aplicar aunque no se esté de acuerdo con las mismas, y que el
Poder Judicial realmente tiene la misma importancia que los otros dos
poderes del Estado.
Más temprano que tarde, comprendí,
también, que la política siempre estuvo, está y estará presente en el
Poder Judicial, y que no está mal que así sea: somos humanos, somos
seres políticos aunque algunos no lo asuman abiertamente o no sean
conscientes de ello. Mi Juez no escapaba a la regla: peronista de pibe,
fue delegado gremial de los empleados judiciales, echado y encarcelado
en una o más dictaduras. Sin embargo, su afiliación política siempre fue
un misterio para todo aquel que no formara parte de su círculo íntimo
y, puedo dar fe, casi siempre se traslucía en sus resoluciones, pero
nunca para tergiversar ni una coma de un artículo, sino para rellenar
los considerandos. O sea, poco importaba si se sabía o no su ideología,
dado que hacía lo que le tocaba hacer. Sus principios eran tan, pero tan
fuertes que una vez bochó por burro a un empleado que pensó que por
anotarse en su cátedra tendría algún privilegio. Y no, no fui yo.
La política, siempre presente, impidió
sistemáticamente que los otros poderes permitieran su designación como
camarista, a pesar de merecerlo con creces y de superar ampliamente a
sus colegas. Una y otra vez se vio truncado su progreso en la carrera
judicial por no respetar los “códigos de los compañeros de militancia” y
procesar a algún que otro recomendado o no pasar algún que otro sobre a
tiempo. La creación del Consejo de la Magistratura no cambió el
panorama e, incluso, aparecieron más instancias con favores a
satisfacer. Hace unos años me enteré de su fallecimiento. Obviamente,
seguía siendo Juez de Instrucción y, hasta último momento, defendió a
ese Poder Judicial.
En estos meses que transcurrieron desde
que a Cristina le pareció que con tener el 70% de los Juzgados Federales
debiéndole favores no alcanzaba, y que sería mejor que todos le
respondieran, he escuchado decenas de frases incoherentes, cientos de
pajereadas intelectuales, miles de argumentaciones idiotas, carentes de
sentido y ajenas de legalidad. Todas partían de los mismos preceptos:
más democracia, menos corporativismo. Curiosidades de la modernidad, los
corporativistas del oficialismo, militantes de los Testigos del Néstor
de los Últimos Días, acusan de corporativos y antidemocráticos a los
demás, como si hubiera algo más corporativo, acomodaticio y ajeno a la
voluntad popular que sea designado Subsecretario, Director o Cagatintas
en alguna repartición del Estado por el sólo hecho de pertenecer.
Tan idiotas son los argumentos que nadie
explica porqué más democracia debe implicar menos república, si ambos
conceptos son iguales de esenciales para la existencia del Estado
occidental moderno. La payasada llegó a extremos tales que, en medio del
debate legislativo, se llegó a escuchar a un Diputado quejarse porque
la justicia permite que los delincuentes ingresen por una puerta y
salgan por otra, como si los jueces no se limitaran a cumplir con lo que
la ley manda, como si se pudiera hacer otra cosa con las leyes pedorras
emanadas de las plumas de legisladores delirantes y que este congreso
ni se calentó en analizar.
La idea de democracia ha sido utilizada
sistemáticamente por el kirchnerismo para disfrazar cualquier medida que
pudiera resultar polémica. El mecanismo es fácil: cualquiera que se
oponga a algo denominado democrático es, gracias a la magia de las
palabras, un tipo que está en contra de la democracia. De este modo, una
reacción virulenta y en caliente contra un exsocio, se convirtió en una
batalla épica por la recuperación de los goles que nos fueron
secuestrados y que derivó en la democratización del fútbol, como si
pudiéramos votar quien desciende y quién sale campeón, como si los
clubes ya no fueran democráticos en sus estatutos. Así fue que también
nos metieron el verso de la democratización de los medios, cuando lo
único que se buscaba era desarmar un gigante creado por decreto
presidencial en 2007. Era obvio que, en cuanto el Poder Judicial se
pusiera a hinchar las tarlipes, usarían al pueblo como escudo para
reventarlo, porque es necesaria más democracia, porque nos secuestran la
justicia, porque algunos magistrados no se enteraron de que ésta es la
década ganada.
Lo que pareciera difícil de hacerles
entender a los mamertos de siempre es que no hay nada que garantice más
la vigencia de los derechos individuales en democracia que un Poder
Judicial no sometido a la voluntad popular. Porque si por estar en
democracia puedo putear libremente al gobierno, no estaría para nada
bueno que el juez de turno considere que soy un golpista
desestabilizador, porque así lo dice la Jefa del Movimiento al que
pertenecen los compañeros del Consejo de la Magistratura. Actualmente
existen jueces más oficialistas que camporita con pechera nueva, pero al
menos está sometido al azar.
Algunas declaraciones oficialistas son
realmente lisérgicas. El caniche toy Agustín Rossi arrojó, sin
inmutarse, que “no es bueno para la democracia que la Corte le dé la
espalda a la voluntad popular”, como si antes de las últimas elecciones
legislativas se hubiera propuesto como tema de campaña la reforma
judicial. Es curioso, pero para Rossi, el haber sido electo diputado y
renunciar para asumir como Ministro antes de cumplir el mandato, no es
“darle la espalda a la voluntad popular”. Por su parte, el adolescente
perpetuo Juan Abal Medina manifestó que la Corte ofende a esa nebulosa
argumental denominada “pueblo”, que los jueces se aferran a no perder
sus privilegios de investigar los privilegios de los funcionarios de
turno, que el Ejecutivo seguirá dando batalla -¿Crearán una Corte
Supremísima para apelar el fallo?- y que los argumentos esgrimidos
atrasan un par de siglos. Al menos en esto último, tiene razón, dado que
los fundamentos utilizados por la Corte se encuentran en nuestra
Constitución Nacional desde 1853, al igual que otros conceptos arcaicos
como el de la inviolabilidad de la propiedad privada, el derecho a
trabajar, la libertad de prensa y la igualdad ante la Ley, todas ideas
escritas sin pensar en que “no importa si se roban hasta los sobres de
azúcar de las reuniones y no van en cana, lo que vale es la coyuntura
política y la revolución social”.
Otra
declaración interesante fue la aportada por el Ayatollah de González
Catán, Luis D’Elía, quien no dudó en llamar a reventar las urnas para
modificar la Constitución Nacional y obtener un nuevo Estado que permita
pasar a disponibilidad a esta Justicia, como si no existieran
mecanismos en la actual Constitución que permite librarse de los jueces
sin demasiado trámite. Incluso, uno de esos mecanismos fue impulsado por
Néstor Kirchner y comandado por la entonces Senadora Cristina Fernández
No Portadora de Apellido Kirchner, cuando limpiaron a buena parte de la
Corte Suprema, allá por 2004.
A Cristina, mientras tanto, le molesta
que uno de los jueces contreras esté en su cargo hace treinta
democráticos años, aunque no le jode ni un poquito que el único Juez que
votó a favor de la democratización, haya jurado velar por el
cumplimiento del Estatuto Militar impuesto por la Dictadura el 24 de
marzo de 1976. Cuestión de valores, le dicen por mi barrio.
Por mi parte, me gustaría dar mi opinión
al oficialismo, casi como un consejito: es mejor que el Poder Judicial
quede así de choto como está ahora y sin la posibilidad de ser empeorado
en base a una buena performance electoral. Incluso les conviene para
cuando se acabe la joda. No es lo mismo sentir la adrenalina de no saber
si les tocará un Juez gomía o uno contrera, a tener la certeza de que
perder las elecciones les garantizará una estadía en Marcos Paz.
Y si quieren más democracia, aplíquenla y
llamen a referendo para que ese “pueblo” decida si quiere o no una ley.
No es nada del otro mundo, de hecho, también figura en la Constitución
Nacional y sólo hay que cumplir con dos pasitos: convocar a la consulta
popular y tener los huevos para bancarse el resultado.
Mercoledì. La Corte podía fallar.
Derrota Cultural
Ayer decidí romper la rutina y salir temprano de mi domicilio. No es que tenga nada en contra de madrugar, solo que cuando llega la hora ya me encuentro cansado. Compartí ascensor con mi vecino, ese que después de dos años de convivencia aún no registra que vivo en la puerta de al lado, pero que así y todo me da charla durante el viaje a planta baja. Podríamos haber hablado del frío, de la humedad o de la turra del piso de arriba, pero mi vecino optó por hacer un comentario de actualidad y, con los ojos hinchados por el sueño, me preguntó si había visto que la Afip está investigando el patrimonio de Lorenzetti. “Al final no se puede creer en nadie”, sentenció, para luego desearme buen día y devolverme al olvido cotidiano, a sabiendas que si me lo cruzo a la vuelta, volverá a preguntarme a qué piso voy, como todos y cada uno de los últimos veinticuatro meses.
Me encuentro con Alejandro, mi canillita
amigo, quien sin entender qué hago despierto en horarios normales, a
través de un guiño cómplice me suma a una charla de paso con un fulano
que está más al pedo que yo. El hombre podría hablar de fútbol, pero con
el campeonato resuelto decide cambiar su rol de Director Técnico
universal por el de Estratega Político Intergaláctico. “Acá hay que
decir las cosas como son, no soy kirchnerista pero las obras están, y aunque descubran algún que otro chanchullo ¿Quién no se quedó con algún
vuelto alguna vez?”. Alejandro y yo respondemos a coro que nosotros
nunca, a lo que el hombre refiere “bueno, hay casos y casos, yo nunca
los voté, pero cuando les pegan, la Presidenta tiene razón, los
hospitales están, las escuelas también”. Me llevo los diarios bajo el
brazo, me siento en un bar y al abrir el primero me encuentro con que la
participación escolar es la más baja desde vaya a saber uno cuándo. Las
escuelas están, la educación no.
La sección política me sopapeó con las
reacciones en torno a la candidatura de Sergio Massa, quien en la
disyuntiva de romper o no romper con un oficialismo al que ya no le daba
demasiada bola, tomó la tangente. Llegan el café con leche y las dos de
manteca y el mozo me comenta “estos peronistas son todos lo mismo, se
pelean antes de las elecciones y te obligan a elegir entre ellos”. Le
respondí que si no quería elegir entre el peronismo de Massa, el de De
Narváez, el de Venegas, el de Moyano o el de Cristina, tenía la opción
de votar a los radicales aliados al FAP, a los radicales aliados a
Massa, al de los radicales aglutinados tras Carrió, o a los progres
aliados al radicalismo, a los progres que creen que Macri es una buena
opción o a los progres que acompañan a Cristina, la que dice que las
otras listas son un rejunte. Me miró feo. No me quedó otra que dejarle
más propina que la habitual.
Más de una vez se ha afirmado que la
mayor de las batallas del kirchnerismo es la cultural. Lamentablemente,
no queda otra que reconocer que la ganaron y hace bastante tiempo. La
derrota es total y se nota en todos y cada uno de los casos que se
puedan pensar, por más mínimo que resulte. Felicitamos a la hinchada de
Independiente por no destrozar el estadio al descender de categoría,
festejamos que un policía no nos corte boleto, agradecemos al borde del
llanto cuando un auto frena para cedernos el paso en la senda peatonal.
Tan bajo hemos caído que se considera desagradecimiento no celebrar que
alguien haga lo que le corresponde hacer, porque podría no haberlo
hecho. La normalidad es tan anormal que debería llamarnos la atención y
lo absurdo pasa desapercibido, así se trate de un grupo de conchetos
violando clásicos en versión cumbia, o un gobernador que confiesa
públicamente que no rompe con el gobierno nacional para que no se la
agarren con los ciudadanos de su provincia.
Obviamente, no creo que esta derrota
total haya sido mérito exclusivo del kirchnerismo. Es más, lo más
probable es que esta sucesión de atentados administrativos y choreo
sistemático que hemos denominado gobierno, haya sido tolerada porque
quedamos con el tujes mirando para el norte y el hecho de no cambiar
cinco presidentes en diez días ya era motivo más que suficiente para
sentirse tranquilos. Néstor no inventó nada en esta materia, se
aprovechó de lo que ya había. Cristina lo maximizó. Y así, diez años
después, nos reímos del debate venezolano entre tener Patria o limpiarse
el culo, mientras nos mordemos la lengua para no criticar demasiado
fuerte, por temor a quedar como golpistas, porque está claro que habrá
muchas cosas para corregir, pero tenemos democracia, y con eso debería
bastarnos y sobrar.
Perdimos
todos y por goleada. Tan penosa es la derrota que el pensamiento y la
opinión han dejado sus lugares de privilegio para ser reemplazados por
la imagen y el preconcepto. Ya no importan las ideas, importa quién lo
dice o, en una muestra de pedantería barrial, desde dónde se dice, frase
pedorra de la factoría forsteriana difundida por los medios
oficialistas y repetidas por sujetos que carecen de GPS ideológico, pero
que cuestionan nuestras quejas en base a quiénes se quejan y no a
porqué se quejan. Y cuando no se puede identificar al mensajero, se
estereotipa.
Así, el que se queja de la inflación es
un cipayo que pretende que vuelva el neoliberalismo, el que reclama por
mayor seguridad es un fan de Videla, el que putea por la violencia
contra las instituciones es un boludo que aplaudía a Alfonsín por su
transparencia mientras el país se prendía fuego, el que carajea por el
sistema represivo contra los pueblos originarios es un
progrezurdotrosko, el que tira la bronca porque no puede comprar dólares
es un ricachón que quiere viajar a Miami, el que se indigna con los
accidentes ferroviarios es un boludo que no se quejó cuando fueron
privatizados, y el que queda al borde del ACV al ver la que se han
choreado es un fan de los medios hegemónicos. Y así es cómo nos
clasifican en dos estamentos básicos: el que se queja de la economía, es
un ricachón, mientras que el que se queja de todo, es de la clase
mierda que se olvidó de cómo se vivía en ese gobierno que se fue en
helicóptero.
Si tan sólo fueran coherentes en su
inquisición medieval, clavarían el freno de mano para preguntarse, de
vez en cuando, quiénes dicen lo que dicen en la nebulosa kirchnerista.
Lejos está de suceder, por eso es normal que se aplauda a Julio Alak
-defensor número uno de Carlos Saúl- en su avanzada contra el Poder
Judicial, porque eso significa defender las instituciones, no como lo
que pretenden los fans de Alfonsín que reclaman república cuando no
dijeron nada de la inflación. De aquella inflación, no de ésta, que es
producto del mayor crecimiento económico de la historia de la galaxia,
tal como lo sostiene el neoliberal Amado Boudou, que vivirá en Puerto
Madero pero es un paladín de El Modelo y no como esos ricachones
noventistas que tiene de vecinos.
La represión a todo aquel que levante el
dedo es un invento de los progres del que se aprovechan los medios
hegemónicos, esos que desaparecerán el día en que dejen de ponerle palos
en la rueda al progre Martín Sabbatella. Y ahí sí que vamos a ver de
qué se disfrazan aquellos que quieren que volvamos al pasado de la
Alianza, como sostienen los exfuncionarios aliancistas Abal Medina,
Diana Conti y Débora Georgi. Sin medios que laven cabezas, los que
extrañan la dictadura ya no tendrán espacio para criticar las políticas
de desarrollo social de la compañera Alicia Kirchner, ejemplo patrio de
trayectoria que empezó a curtir pasillos gubernamentales en 1977.
Y
mejor no hablar de la abogada exitosa que en los noventa la pasó bomba,
que se forró en guita imposible de justificar -ni siquiera la que tiene
en blanco- que cada vez que puede se delira los morlacos en el
exterior, que se hace la boluda con la pobreza, que mide su mundo con un
metro patrón verde con la cara de Franklin y que, desde su millonario
estado de vida, cuestiona a la clase media a la que dice pertenecer.
Evidentemente, para cuestionar el lugar
donde está parado cada uno de los que critica al gobierno, el
oficialismo primero necesita una buena brújula. Mientras tanto, se
convirtieron en víctimas de la misma victoria cultural que pretendieron
capitalizar, cuestionando nada, aplaudiendo todo y transitando la vida
en un eterno devenir del presente continuo en el que no hay proyecto a
futuro y la vida se mide en mantener el poder porque sí.
Viernes. Hablo desde mi casa.
Se puso feo
Convengamos que la semana prometía desde el vamos, cuando el viernes pasado la Presi nos alegró el arranque del finde compartiendo con nosotros la carta que le envió al Papa. Linda, pintoresca. Llegué a preguntarme si la escribió el mismo viernes a la noche, luego de un after office con promo 2×1 en bebidas blancas. Sin embargo, no deja de sorprenderme cuando recuerdo a todos los mamertos que me repetían que la mina es una gran oradora, que en la Cámara de Diputados y en la Senadores se destacaba por sus palabras, como si hubiera que hacer mucho mérito para sobresalir entre ese rejunte de ignotos analfabestias que llegaron encadenados a una lista sábana. A todos esos enamoradizos quisiera recordarles que se habla como se escribe y se escribe como se piensa.
Todo gira en torno a ella, cualquier
lugar viene bien para hacer terapia y mimar el ego: una carta al Papa,
la inauguración de una obra en el hospital Churruca, el acto de jura de
las nuevas autoridades de las Fuerzas Armadas. Todo vale para que nos
enteremos de la suerte que tenemos por contar con una presidente como
ella. Entre euforias twitteras y mensajes masturbatorios, Cristina llegó
a tirar que siempre hay una primera vez para todo y que ella lo sabe
porque fue la primera de su género en presidir el país. Ayer mismo, en
una charla en la que inauguraba una biblioteca, hizo catarsis sobre lo
difícil que le resulta gobernar con tanta gente hinchapelotas, lo lindo
que fue ser legisladora y lo que le gustaría volver a serlo.
Mientras
la Presi entra en la étapa de psicoanálisis determinada por la
indecisión y aún no sabe si quiere ser Juez, Presidente de nuevo o
legisladora, se dio el gusto de rendirle homenaje a Hipólito Yrigoyen y a
Juan Perón. Como el homenaje era a ambos al mismo tiempo y no daba para
elegir entre un orador radical y uno peronista, optaron por el
imprentero Amado Boudou, quien en un delirio místico histórico refirió
que a los gobiernos se los conoce por los enemigos. Así fue que el
otrora militante de un partido presidido por uno de los que volteó a
Perón, homenajeó a éste y a Yrigoyen de cuyo golpe participó Perón, para
luego afirmar que a ambos presidentes los voltearon los militares, los
grupos económicos y los medios hegemónicos. Obviamente, no faltó la
advertencia de que podría volver a ocurrir, dado que los enemigos del
gobierno son los mismos, con lo que no queda claro si los enemigos son
Perón, Alsogaray, Aramburu, Martínez de Hoz, Uriburu o alguna otra ánima
en pena que vague por la Casa Rosada.
El “te conozco por tus enemigos” es un
planteo más que interesante utilizado hasta el hartazgo por el
oficialismo. En 2008, al gobierno se lo reconocía peronista porque sus
enemigos eran el campo, la Iglesia y Clarín, con lo que cabría
plantearse cómo se definían cuando eran todos gomías. Ahora, con el
fervor católico que baja como mantra desde Presidencia y con los gremios
peronistas enfrentados al gobierno, no sé si es recomendable que sigan
con el planteo de reconocimiento de enemigos. Más si tenemos en cuenta
que el mismo axioma habilita al “también te conozco por tus amigos”, que
en este caso deja una lista un tanto difícil de justificar, si partimos
de los funcionarios que formaron parte de la Alianza, los que jugaron
en las primeras filas del menemismo, o la amistad de Osvaldo Cornide,
presidente de la CAME y coordinador del Lock out Patronal que precedió
al golpe de 1976. Su jornada no quedó allí no más, y desde los pagos de
Sergio Massa, Amado Boudou dijo que el que no estaba con el gobierno,
estaba en contra. Como si hiciera falta aclararlo.
La Presi, mientras tanto, ya se
encontraba en Bolivia, a donde viajo de raje para desagraviar a Evo
Morales, quien quedó varado en Viena luego de que le negaran el permiso
de traspasar el espacio aéreo de varios países de Europa. A Cris la
esperaban la crema de la Patria Grande: Pepe Mujica de Uruguay, Dési
Bouterse de Surinam, Nicolás Maduro de Venezuela, y el Rafa Correa, el
que critica el imperialismo yanki con la economía 100% dolarizada.
Faltaron Ollanta Humala de Perú, Sebastián Piñera de Chile, Juan Manuel
Santos de Colombia, y Dilma Rousseff de Brasil, quienes tenían cosas más
importantes para hacer que ir a consolar a Evo Morales porque no lo
querían dejar entrar a España. Cosas como no cagar sus respectivas
relaciones comerciales con Europa, por ejemplo.
Cristina
arremetió contra los europeos por haber saqueado sudamérica hace un par
de siglos y por no pedir disculpas. Se respiraba tensión en el
ambiente, pero la Presi le puso humor al tirar que ella siempre pide
disculpas cuando se equivoca. Luego aseveró que no se puede permitir que
se impida la circulación de un avión oficial extranjero, para luego
saludar y marcharse ante la cara de asombro de quienes recordaron cuando
Timerman revisó y secuestró un avión norteamericano que había sido
previamente autorizado.
La Presi va del optimismo porque está
todo bien, al enojo porque hay gente que dice que no está todo bien,
pero la realidad blue nos tira que la confianza en el gobierno es tan,
pero tan grande que la gente no puede esperar para obtener su Cedín y ya
se emitió la abismal cifra de ocho cedines por un monto astronómico de
doscientas lucas.
Ayer Cristina puteó a los sindicalistas,
de quienes recordó que llevan veinte o treinta años al frente de sus
sindicatos, pero que entonces sí tenía sentido que hicieran quilombo y
no ahora. Porque no, porque ella dice que está todo bien y con eso
debería bastar. Por si fuera poco, se le ocurrió decirles cómo es que se
reclaman las cosas, y que las presiones y conflictos están bien, pero
que deben darse dentro del marco democrático, como si una huelga fuera
un intento de golpe de Estado.
Lo cierto es que la Presi está caliente
con los gremios y no es sólo por la huelga de los ferroviarios del
miércoles pasado. Camioneros arranca el paro a la medianoche del domingo
y, por si fuera poco, Moyano volvió a reunirse con Caló y Lescano,
quien ya pegó el portazo hace varios días.
El amor de los sindicatos amigos con
Cristina duró poquito y, mientras la Presi los trata de antidemócratas
-qué cosa eso de tildar de antidemocráticas cuestiones tan básicas que
están plasmadas en la Constitución Nacional- que no entienden la década
ganada, el impuesto a las ganancias se morfó el aguinaldo de mitad de
año. Entre tanto, Floppy Randazzo denuncia a los ferroviarios y en los
gremios ya están en pie de guerra, dando por sentado que el lunes
arranca Moyano y el resto se irá sumando de a poquito con sus reclamos.
Viernes. Pronóstico reservado.
ENLACES/FUENTES:
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2013-06-19-1529-podia-fallar-2/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2013-06-28-1549-derrota-cultural/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2013-07-05-1569-se-puso-feo/
http://palabrasdelderecho.blogspot.com.ar/2013/02/la-imperiosa-necesidad-de-democratizar.html
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