domingo, 7 de julio de 2013

Relato del Presente: Podía Fallar / Derrota Cultural / Se puso feo

Un año después de haber terminado la Secundaria, y luego de saltar por varios laburos de esos que hacemos de pibes para poder delirar la guita durante el fin de semana, conseguí ingresar a un Juzgado como “pinche”, o meritorio, o como quieran llamar a esa función de semiesclavo sin salario, pero con buena predisposición y en busca de aquel nombramiento que lo meta de lleno en el Poder Judicial.

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Tuve bastante suerte para ser mi primer destino en la travesía judicial. El clima laboral era maravilloso, los empleados juntaban una linda vaquita mensual para bancarme los gastos y me trataban como un igual, más allá del tortuoso derecho de piso abonado religiosamente a fuerza de jodas tales como ir a buscar los sobres redondos para enviar circulares, o de ir a tomar lista a la Alcaidía con el listado del plantel de Huracán campeón del Metro de 1973.

Por aquellos años, los que llegábamos a fuerza de remarla, puteábamos a la familia judicial que arrojaba paracaidistas hijos de camaristas, burros como pocos, vagos como casi todos, pero que obtenían el cargo al toque. No se puteaba a la corporación judicial, ni se nos cruzaba por la cabeza. Quizás se deba al hecho de sentir pertenencia a la institución, de ponerse la camiseta a pesar de todo, de resolver los problemas dentro de casa y no afuera.

A lo largo de mis años judicialísimos me he divertido como nadie, me cagué de risa de broma en broma -era la única forma de poder sobrellevar una madrugada de sábado en el Juzgado por culpa del turno- y he pertenecido a esa curiosa casta que puede salir de joda después del trabajo y reincorporarse al día siguiente sin dormir, sello histórico de los judiciales proveniente de una época de salarios altísimos y horarios mucho más piolas que el asesinato de entrar a las 7,30 de la matina. Y también he visto demasiada miseria humana, de esas cuyos detalles nunca saldrán en los diarios.

De todos los jefes que he tenido, el Juez de mi primer juzgado fue uno de los que más me enseñó. Era un tipo raro, de esos que son los primeros en llegar y los últimos en irse. Quien haya pisado alguna vez un juzgado, sabe bien que es extraño que al juez se le vea la cara. El mío venía a dar una mano a la Mesa de Entradas cuando colapsaba. De él aprendí que los códigos laborales valen tanto como la capacidad de laburo, que no hace falta saberse los números de los artículos de memoria -para eso están las leyes impresas- y que puede haber mucho pedante memorioso pero incapaz de resolver lo que corresponde; así como también aprendí que coser los expedientes es casi una obra de arte, que cebar mate no es para cualquiera, que las leyes se deben aplicar aunque no se esté de acuerdo con las mismas, y que el Poder Judicial realmente tiene la misma importancia que los otros dos poderes del Estado.

Más temprano que tarde, comprendí, también, que la política siempre estuvo, está y estará presente en el Poder Judicial, y que no está mal que así sea: somos humanos, somos seres políticos aunque algunos no lo asuman abiertamente o no sean conscientes de ello. Mi Juez no escapaba a la regla: peronista de pibe, fue delegado gremial de los empleados judiciales, echado y encarcelado en una o más dictaduras. Sin embargo, su afiliación política siempre fue un misterio para todo aquel que no formara parte de su círculo íntimo y, puedo dar fe, casi siempre se traslucía en sus resoluciones, pero nunca para tergiversar ni una coma de un artículo, sino para rellenar los considerandos. O sea, poco importaba si se sabía o no su ideología, dado que hacía lo que le tocaba hacer. Sus principios eran tan, pero tan fuertes que una vez bochó por burro a un empleado que pensó que por anotarse en su cátedra tendría algún privilegio. Y no, no fui yo.

La política, siempre presente, impidió sistemáticamente que los otros poderes permitieran su designación como camarista, a pesar de merecerlo con creces y de superar ampliamente a sus colegas. Una y otra vez se vio truncado su progreso en la carrera judicial por no respetar los “códigos de los compañeros de militancia” y procesar a algún que otro recomendado o no pasar algún que otro sobre a tiempo. La creación del Consejo de la Magistratura no cambió el panorama e, incluso, aparecieron más instancias con favores a satisfacer. Hace unos años me enteré de su fallecimiento. Obviamente, seguía siendo Juez de Instrucción y, hasta último momento, defendió a ese Poder Judicial.

En estos meses que transcurrieron desde que a Cristina le pareció que con tener el 70% de los Juzgados Federales debiéndole favores no alcanzaba, y que sería mejor que todos le respondieran, he escuchado decenas de frases incoherentes, cientos de pajereadas intelectuales, miles de argumentaciones idiotas, carentes de sentido y ajenas de legalidad. Todas partían de los mismos preceptos: más democracia, menos corporativismo. Curiosidades de la modernidad, los corporativistas del oficialismo, militantes de los Testigos del Néstor de los Últimos Días, acusan de corporativos y antidemocráticos a los demás, como si hubiera algo más corporativo, acomodaticio y ajeno a la voluntad popular que sea designado Subsecretario, Director o Cagatintas en alguna repartición del Estado por el sólo hecho de pertenecer.

Tan idiotas son los argumentos que nadie explica porqué más democracia debe implicar menos república, si ambos conceptos son iguales de esenciales para la existencia del Estado occidental moderno. La payasada llegó a extremos tales que, en medio del debate legislativo, se llegó a escuchar a un Diputado quejarse porque la justicia permite que los delincuentes ingresen por una puerta y salgan por otra, como si los jueces no se limitaran a cumplir con lo que la ley manda, como si se pudiera hacer otra cosa con las leyes pedorras emanadas de las plumas de legisladores delirantes y que este congreso ni se calentó en analizar.

La idea de democracia ha sido utilizada sistemáticamente por el kirchnerismo para disfrazar cualquier medida que pudiera resultar polémica. El mecanismo es fácil: cualquiera que se oponga a algo denominado democrático es, gracias a la magia de las palabras, un tipo que está en contra de la democracia. De este modo, una reacción virulenta y en caliente contra un exsocio, se convirtió en una batalla épica por la recuperación de los goles que nos fueron secuestrados y que derivó en la democratización del fútbol, como si pudiéramos votar quien desciende y quién sale campeón, como si los clubes ya no fueran democráticos en sus estatutos. Así fue que también nos metieron el verso de la democratización de los medios, cuando lo único que se buscaba era desarmar un gigante creado por decreto presidencial en 2007. Era obvio que, en cuanto el Poder Judicial se pusiera a hinchar las tarlipes, usarían al pueblo como escudo para reventarlo, porque es necesaria más democracia, porque nos secuestran la justicia, porque algunos magistrados no se enteraron de que ésta es la década ganada.

Lo que pareciera difícil de hacerles entender a los mamertos de siempre es que no hay nada que garantice más la vigencia de los derechos individuales en democracia que un Poder Judicial no sometido a la voluntad popular. Porque si por estar en democracia puedo putear libremente al gobierno, no estaría para nada bueno que el juez de turno considere que soy un golpista desestabilizador, porque así lo dice la Jefa del Movimiento al que pertenecen los compañeros del Consejo de la Magistratura. Actualmente existen jueces más oficialistas que camporita con pechera nueva, pero al menos está sometido al azar.

Algunas declaraciones oficialistas son realmente lisérgicas. El caniche toy Agustín Rossi arrojó, sin inmutarse, que “no es bueno para la democracia que la Corte le dé la espalda a la voluntad popular”, como si antes de las últimas elecciones legislativas se hubiera propuesto como tema de campaña la reforma judicial. Es curioso, pero para Rossi, el haber sido electo diputado y renunciar para asumir como Ministro antes de cumplir el mandato, no es “darle la espalda a la voluntad popular”. Por su parte, el adolescente perpetuo Juan Abal Medina manifestó que la Corte ofende a esa nebulosa argumental denominada “pueblo”, que los jueces se aferran a no perder sus privilegios de investigar los privilegios de los funcionarios de turno, que el Ejecutivo seguirá dando batalla -¿Crearán una Corte Supremísima para apelar el fallo?- y que los argumentos esgrimidos atrasan un par de siglos. Al menos en esto último, tiene razón, dado que los fundamentos utilizados por la Corte se encuentran en nuestra Constitución Nacional desde 1853, al igual que otros conceptos arcaicos como el de la inviolabilidad de la propiedad privada, el derecho a trabajar, la libertad de prensa y la igualdad ante la Ley, todas ideas escritas sin pensar en que “no importa si se roban hasta los sobres de azúcar de las reuniones y no van en cana, lo que vale es la coyuntura política y la revolución social”.

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Otra declaración interesante fue la aportada por el Ayatollah de González Catán, Luis D’Elía, quien no dudó en llamar a reventar las urnas para modificar la Constitución Nacional y obtener un nuevo Estado que permita pasar a disponibilidad a esta Justicia, como si no existieran mecanismos en la actual Constitución que permite librarse de los jueces sin demasiado trámite. Incluso, uno de esos mecanismos fue impulsado por Néstor Kirchner y comandado por la entonces Senadora Cristina Fernández No Portadora de Apellido Kirchner, cuando limpiaron a buena parte de la Corte Suprema, allá por 2004.

A Cristina, mientras tanto, le molesta que uno de los jueces contreras esté en su cargo hace treinta democráticos años, aunque no le jode ni un poquito que el único Juez que votó a favor de la democratización, haya jurado velar por el cumplimiento del Estatuto Militar impuesto por la Dictadura el 24 de marzo de 1976. Cuestión de valores, le dicen por mi barrio.

Por mi parte, me gustaría dar mi opinión al oficialismo, casi como un consejito: es mejor que el Poder Judicial quede así de choto como está ahora y sin la posibilidad de ser empeorado en base a una buena performance electoral. Incluso les conviene para cuando se acabe la joda. No es lo mismo sentir la adrenalina de no saber si les tocará un Juez gomía o uno contrera, a tener la certeza de que perder las elecciones les garantizará una estadía en Marcos Paz.

Y si quieren más democracia, aplíquenla y llamen a referendo para que ese “pueblo” decida si quiere o no una ley. No es nada del otro mundo, de hecho, también figura en la Constitución Nacional y sólo hay que cumplir con dos pasitos: convocar a la consulta popular y tener los huevos para bancarse el resultado.

Mercoledì. La Corte podía fallar.


Derrota Cultural


Ayer decidí romper la rutina y salir temprano de mi domicilio. No es que tenga nada en contra de madrugar, solo que cuando llega la hora ya me encuentro cansado. Compartí ascensor con mi vecino, ese que después de dos años de convivencia aún no registra que vivo en la puerta de al lado, pero que así y todo me da charla durante el viaje a planta baja. Podríamos haber hablado del frío, de la humedad o de la turra del piso de arriba, pero mi vecino optó por hacer un comentario de actualidad y, con los ojos hinchados por el sueño, me preguntó si había visto que la Afip está investigando el patrimonio de Lorenzetti. “Al final no se puede creer en nadie”, sentenció, para luego desearme buen día y devolverme al olvido cotidiano, a sabiendas que si me lo cruzo a la vuelta, volverá a preguntarme a qué piso voy, como todos y cada uno de los últimos veinticuatro meses.

Me encuentro con Alejandro, mi canillita amigo, quien sin entender qué hago despierto en horarios normales, a través de un guiño cómplice me suma a una charla de paso con un fulano que está más al pedo que yo. El hombre podría hablar de fútbol, pero con el campeonato resuelto decide cambiar su rol de Director Técnico universal por el de Estratega Político Intergaláctico. “Acá hay que decir las cosas como son, no soy kirchnerista pero las obras están, y aunque descubran algún que otro chanchullo ¿Quién no se quedó con algún vuelto alguna vez?”. Alejandro y yo respondemos a coro que nosotros nunca, a lo que el hombre refiere “bueno, hay casos y casos, yo nunca los voté, pero cuando les pegan, la Presidenta tiene razón, los hospitales están, las escuelas también”. Me llevo los diarios bajo el brazo, me siento en un bar y al abrir el primero me encuentro con que la participación escolar es la más baja desde vaya a saber uno cuándo. Las escuelas están, la educación no.

La sección política me sopapeó con las reacciones en torno a la candidatura de Sergio Massa, quien en la disyuntiva de romper o no romper con un oficialismo al que ya no le daba demasiada bola, tomó la tangente. Llegan el café con leche y las dos de manteca y el mozo me comenta “estos peronistas son todos lo mismo, se pelean antes de las elecciones y te obligan a elegir entre ellos”. Le respondí que si no quería elegir entre el peronismo de Massa, el de De Narváez, el de Venegas, el de Moyano o el de Cristina, tenía la opción de votar a los radicales aliados al FAP, a los radicales aliados a Massa, al de los radicales aglutinados tras Carrió, o a los progres aliados al radicalismo, a los progres que creen que Macri es una buena opción o a los progres que acompañan a Cristina, la que dice que las otras listas son un rejunte. Me miró feo. No me quedó otra que dejarle más propina que la habitual.

Más de una vez se ha afirmado que la mayor de las batallas del kirchnerismo es la cultural. Lamentablemente, no queda otra que reconocer que la ganaron y hace bastante tiempo. La derrota es total y se nota en todos y cada uno de los casos que se puedan pensar, por más mínimo que resulte. Felicitamos a la hinchada de Independiente por no destrozar el estadio al descender de categoría, festejamos que un policía no nos corte boleto, agradecemos al borde del llanto cuando un auto frena para cedernos el paso en la senda peatonal. Tan bajo hemos caído que se considera desagradecimiento no celebrar que alguien haga lo que le corresponde hacer, porque podría no haberlo hecho. La normalidad es tan anormal que debería llamarnos la atención y lo absurdo pasa desapercibido, así se trate de un grupo de conchetos violando clásicos en versión cumbia, o un gobernador que confiesa públicamente que no rompe con el gobierno nacional para que no se la agarren con los ciudadanos de su provincia.

Obviamente, no creo que esta derrota total haya sido mérito exclusivo del kirchnerismo. Es más, lo más probable es que esta sucesión de atentados administrativos y choreo sistemático que hemos denominado gobierno, haya sido tolerada porque quedamos con el tujes mirando para el norte y el hecho de no cambiar cinco presidentes en diez días ya era motivo más que suficiente para sentirse tranquilos. Néstor no inventó nada en esta materia, se aprovechó de lo que ya había. Cristina lo maximizó. Y así, diez años después, nos reímos del debate venezolano entre tener Patria o limpiarse el culo, mientras nos mordemos la lengua para no criticar demasiado fuerte, por temor a quedar como golpistas, porque está claro que habrá muchas cosas para corregir, pero tenemos democracia, y con eso debería bastarnos y sobrar.

Perdimos todos y por goleada. Tan penosa es la derrota que el pensamiento y la opinión han dejado sus lugares de privilegio para ser reemplazados por la imagen y el preconcepto. Ya no importan las ideas, importa quién lo dice o, en una muestra de pedantería barrial, desde dónde se dice, frase pedorra de la factoría forsteriana difundida por los medios oficialistas y repetidas por sujetos que carecen de GPS ideológico, pero que cuestionan nuestras quejas en base a quiénes se quejan y no a porqué se quejan. Y cuando no se puede identificar al mensajero, se estereotipa.

Así, el que se queja de la inflación es un cipayo que pretende que vuelva el neoliberalismo, el que reclama por mayor seguridad es un fan de Videla, el que putea por la violencia contra las instituciones es un boludo que aplaudía a Alfonsín por su transparencia mientras el país se prendía fuego, el que carajea por el sistema represivo contra los pueblos originarios es un progrezurdotrosko, el que tira la bronca porque no puede comprar dólares es un ricachón que quiere viajar a Miami, el que se indigna con los accidentes ferroviarios es un boludo que no se quejó cuando fueron privatizados, y el que queda al borde del ACV al ver la que se han choreado es un fan de los medios hegemónicos. Y así es cómo nos clasifican en dos estamentos básicos: el que se queja de la economía, es un ricachón, mientras que el que se queja de todo, es de la clase mierda que se olvidó de cómo se vivía en ese gobierno que se fue en helicóptero.

Si tan sólo fueran coherentes en su inquisición medieval, clavarían el freno de mano para preguntarse, de vez en cuando, quiénes dicen lo que dicen en la nebulosa kirchnerista. Lejos está de suceder, por eso es normal que se aplauda a Julio Alak -defensor número uno de Carlos Saúl- en su avanzada contra el Poder Judicial, porque eso significa defender las instituciones, no como lo que pretenden los fans de Alfonsín que reclaman república cuando no dijeron nada de la inflación. De aquella inflación, no de ésta, que es producto del mayor crecimiento económico de la historia de la galaxia, tal como lo sostiene el neoliberal Amado Boudou, que vivirá en Puerto Madero pero es un paladín de El Modelo y no como esos ricachones noventistas que tiene de vecinos.

La represión a todo aquel que levante el dedo es un invento de los progres del que se aprovechan los medios hegemónicos, esos que desaparecerán el día en que dejen de ponerle palos en la rueda al progre Martín Sabbatella. Y ahí sí que vamos a ver de qué se disfrazan aquellos que quieren que volvamos al pasado de la Alianza, como sostienen los exfuncionarios aliancistas Abal Medina, Diana Conti y Débora Georgi. Sin medios que laven cabezas, los que extrañan la dictadura ya no tendrán espacio para criticar las políticas de desarrollo social de la compañera Alicia Kirchner, ejemplo patrio de trayectoria que empezó a curtir pasillos gubernamentales en 1977.

Y mejor no hablar de la abogada exitosa que en los noventa la pasó bomba, que se forró en guita imposible de justificar -ni siquiera la que tiene en blanco- que cada vez que puede se delira los morlacos en el exterior, que se hace la boluda con la pobreza, que mide su mundo con un metro patrón verde con la cara de Franklin y que, desde su millonario estado de vida, cuestiona a la clase media a la que dice pertenecer.

Evidentemente, para cuestionar el lugar donde está parado cada uno de los que critica al gobierno, el oficialismo primero necesita una buena brújula. Mientras tanto, se convirtieron en víctimas de la misma victoria cultural que pretendieron capitalizar, cuestionando nada, aplaudiendo todo y transitando la vida en un eterno devenir del presente continuo en el que no hay proyecto a futuro y la vida se mide en mantener el poder porque sí.

Viernes. Hablo desde mi casa.


Se puso feo


Convengamos que la semana prometía desde el vamos, cuando el viernes pasado la Presi nos alegró el arranque del finde compartiendo con nosotros la carta que le envió al Papa. Linda, pintoresca. Llegué a preguntarme si la escribió el mismo viernes a la noche, luego de un after office con promo 2×1 en bebidas blancas. Sin embargo, no deja de sorprenderme cuando recuerdo a todos los mamertos que me repetían que la mina es una gran oradora, que en la Cámara de Diputados y en la Senadores se destacaba por sus palabras, como si hubiera que hacer mucho mérito para sobresalir entre ese rejunte de ignotos analfabestias que llegaron encadenados a una lista sábana. A todos esos enamoradizos quisiera recordarles que se habla como se escribe y se escribe como se piensa.

Todo gira en torno a ella, cualquier lugar viene bien para hacer terapia y mimar el ego: una carta al Papa, la inauguración de una obra en el hospital Churruca, el acto de jura de las nuevas autoridades de las Fuerzas Armadas. Todo vale para que nos enteremos de la suerte que tenemos por contar con una presidente como ella. Entre euforias twitteras y mensajes masturbatorios, Cristina llegó a tirar que siempre hay una primera vez para todo y que ella lo sabe porque fue la primera de su género en presidir el país. Ayer mismo, en una charla en la que inauguraba una biblioteca, hizo catarsis sobre lo difícil que le resulta gobernar con tanta gente hinchapelotas, lo lindo que fue ser legisladora y lo que le gustaría volver a serlo.

Mientras la Presi entra en la étapa de psicoanálisis determinada por la indecisión y aún no sabe si quiere ser Juez, Presidente de nuevo o legisladora, se dio el gusto de rendirle homenaje a Hipólito Yrigoyen y a Juan Perón. Como el homenaje era a ambos al mismo tiempo y no daba para elegir entre un orador radical y uno peronista, optaron por el imprentero Amado Boudou, quien en un delirio místico histórico refirió que a los gobiernos se los conoce por los enemigos. Así fue que el otrora militante de un partido presidido por uno de los que volteó a Perón, homenajeó a éste y a Yrigoyen de cuyo golpe participó Perón, para luego afirmar que a ambos presidentes los voltearon los militares, los grupos económicos y los medios hegemónicos. Obviamente, no faltó la advertencia de que podría volver a ocurrir, dado que los enemigos del gobierno son los mismos, con lo que no queda claro si los enemigos son Perón, Alsogaray, Aramburu, Martínez de Hoz, Uriburu o alguna otra ánima en pena que vague por la Casa Rosada.

El “te conozco por tus enemigos” es un planteo más que interesante utilizado hasta el hartazgo por el oficialismo. En 2008, al gobierno se lo reconocía peronista porque sus enemigos eran el campo, la Iglesia y Clarín, con lo que cabría plantearse cómo se definían cuando eran todos gomías. Ahora, con el fervor católico que baja como mantra desde Presidencia y con los gremios peronistas enfrentados al gobierno, no sé si es recomendable que sigan con el planteo de reconocimiento de enemigos. Más si tenemos en cuenta que el mismo axioma habilita al “también te conozco por tus amigos”, que en este caso deja una lista un tanto difícil de justificar, si partimos de los funcionarios que formaron parte de la Alianza, los que jugaron en las primeras filas del menemismo, o la amistad de Osvaldo Cornide, presidente de la CAME y coordinador del Lock out Patronal que precedió al golpe de 1976. Su jornada no quedó allí no más, y desde los pagos de Sergio Massa, Amado Boudou dijo que el que no estaba con el gobierno, estaba en contra. Como si hiciera falta aclararlo.

La Presi, mientras tanto, ya se encontraba en Bolivia, a donde viajo de raje para desagraviar a Evo Morales, quien quedó varado en Viena luego de que le negaran el permiso de traspasar el espacio aéreo de varios países de Europa. A Cris la esperaban la crema de la Patria Grande: Pepe Mujica de Uruguay, Dési Bouterse de Surinam, Nicolás Maduro de Venezuela, y el Rafa Correa, el que critica el imperialismo yanki con la economía 100% dolarizada. Faltaron Ollanta Humala de Perú, Sebastián Piñera de Chile, Juan Manuel Santos de Colombia, y Dilma Rousseff de Brasil, quienes tenían cosas más importantes para hacer que ir a consolar a Evo Morales porque no lo querían dejar entrar a España. Cosas como no cagar sus respectivas relaciones comerciales con Europa, por ejemplo.

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Cristina arremetió contra los europeos por haber saqueado sudamérica hace un par de siglos y por no pedir disculpas. Se respiraba tensión en el ambiente, pero la Presi le puso humor al tirar que ella siempre pide disculpas cuando se equivoca. Luego aseveró que no se puede permitir que se impida la circulación de un avión oficial extranjero, para luego saludar y marcharse ante la cara de asombro de quienes recordaron cuando Timerman revisó y secuestró un avión norteamericano que había sido previamente autorizado.

La Presi va del optimismo porque está todo bien, al enojo porque hay gente que dice que no está todo bien, pero la realidad blue nos tira que la confianza en el gobierno es tan, pero tan grande que la gente no puede esperar para obtener su Cedín y ya se emitió la abismal cifra de ocho cedines por un monto astronómico de doscientas lucas.

Ayer Cristina puteó a los sindicalistas, de quienes recordó que llevan veinte o treinta años al frente de sus sindicatos, pero que entonces sí tenía sentido que hicieran quilombo y no ahora. Porque no, porque ella dice que está todo bien y con eso debería bastar. Por si fuera poco, se le ocurrió decirles cómo es que se reclaman las cosas, y que las presiones y conflictos están bien, pero que deben darse dentro del marco democrático, como si una huelga fuera un intento de golpe de Estado.

Lo cierto es que la Presi está caliente con los gremios y no es sólo por la huelga de los ferroviarios del miércoles pasado. Camioneros arranca el paro a la medianoche del domingo y, por si fuera poco, Moyano volvió a reunirse con Caló y Lescano, quien ya pegó el portazo hace varios días.

El amor de los sindicatos amigos con Cristina duró poquito y, mientras la Presi los trata de antidemócratas -qué cosa eso de tildar de antidemocráticas cuestiones tan básicas que están plasmadas en la Constitución Nacional- que no entienden la década ganada, el impuesto a las ganancias se morfó el aguinaldo de mitad de año. Entre tanto, Floppy Randazzo denuncia a los ferroviarios y en los gremios ya están en pie de guerra, dando por sentado que el lunes arranca Moyano y el resto se irá sumando de a poquito con sus reclamos.

Viernes. Pronóstico reservado.
 
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ENLACES/FUENTES:
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2013-06-19-1529-podia-fallar-2/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2013-06-28-1549-derrota-cultural/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2013-07-05-1569-se-puso-feo/
http://palabrasdelderecho.blogspot.com.ar/2013/02/la-imperiosa-necesidad-de-democratizar.html

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